La comercialización de la cultura en la novela “El dios de las pequeñas cosas”

Bailarín de kathakali. Crédito: Prasadesign

Leyendo la novela El dios de las pequeñas cosas de Arundhati Roy (la conocida escritora y activista india) me he topado con algunas interesantes menciones a la comercialización de la cultura local para el consumo turístico (“commodification“), que me gustaría compartir y comentar aquí.

La comercialización de la cultura local puede revalorizar un fenómeno cultural despreciado en su ámbito (en el podría incluso desaparecer). Sin embargo,  Una representación cultural con un significado concreto y cierta importancia para una cultura puede ser adulterada, falsificada y corrompida para adaptarla a las exigencias del turista-consumidor moderno occidental.

Aunque este fenómeno está muy extendido, la novela se centra en el Kathakali, un estilo de danza teatro clásico de la zona de Kerala, al sur de la India y de cómo se ha adaptado para los turistas así como la relación de poder entre visitantes y visitados.

De modo que así estaban las cosas, la Historia y la Literatura habían sido reclutadas por el comercio. […]

[… allí turistas semi-bronceados en traje de baño bebían a sorbitos agua de coco tierno (servida en el propio coco) y viejos comunistas, que en la actualidad trabajaban como porteadores de sonrisas vestidos con trajes regionales de colorines, se inclinaban ligeramente tras las bandejas con las bebidas.

Por las noches (para conseguir un Toque Regional) a los turistas se les ofrecían actuaciones abreviadas de kathakali («que no requieran demasiada concentración», les decían los del hotel a a los bailarines). De ese modo las viejas historias se veían empobrecidas y amputadas. Las seis horas de una obra clásica quedaban reducidas a una actuación de veinte minutos. Las actuaciones se llevaban a cabo junto a la piscina. Mientras los percusionistas percutían y los bailarines bailaban, los clientes del hotel jugaban con sus niños en el agua. Mientras Kunti revelaba su secreto a Karna a la orilla del río, parejas de enamorados se ponían aceite bronceador unos a otros. Y mientras algunos padres jugaban con sus núbiles hijas adolescentes a juegos sexuales sublimados, Poothana daba de mamar al joven Krishna de su pecho emponzoñado y Bhima le arrancaba las entrañas a Dushasana y bañaba los cabellos de Draupadi en su sangre.

Pág. 77

En este otro pasaje, se describe el sentimiento de culpabilidad de aquellos que se han visto forzados por su situación económica a ofrecer su arte a los turistas.

En Ayemenem los grupos bailaban para quitarse de encima la humillación sufrida en el «corazón de las tinieblas». Por sus actuaciones arregladas junto a la piscina del hotel. Por recurrir al turismo para evitar morirse de hambre.

Al volver del «corazón de las tinieblas», se detenían en el templo para implorar el perdón de los dioses. Para disculparse por corromper sus historias. Por vender sus identidades a cambio de dinero. Por malversar sus vidas.

En esas ocasiones se agradecía la presencia de público, pero era algo absolutamente incidental. […]

Para el Danzarín de Kathakali esas historias son sus hijos y su infancia. Ha crecido dentro de ellas. Son la casa donde se crió y las praderas en las que jugó. Son sus ventanas y su forma de ver. Así que, cuando cuenta una historia, la trata como si fuese una hija suya. […]

El danzarín de kathakali es el más hermoso de todos los hombres. Porque su cuerpo es su alma. Su único instrumento. Desde los tres años ha sido preparado sólo para contar historias, para ello se perfecciona y a ello ciñe y dedica su vida. Ese hombre que está detrás de una máscara pintada y lleva unas faldas ondulantes está lleno de magia.Pero ahora se ha vuelto inviable. Imposible. Un bien declarado caduco.

[…]

No puede ir por los pasillos de los autobuses vendiendo billetes y contando monedas. […]

Desesperado, se vuelve hacia el turismo. Entra a formar parte del mercado. Vende lo único que posee. Las historias que su cuerpo sabe contar.Se convierte en un Toque Regional.

En el «corazón de las tinieblas», los turistas, instalados en su ociosa desnudez y en su interés escaso y de importación, le hacen sentirse ridículo. Pero contiene su rabia y baila para ellos.

Cobra sus honorarios. Se emborracha. O se fuma un canuto. Buena hierba de Kerala que le hace reír. Y después hace un alto en el templo de Ayemenem, él y los que van con él, y bailan para implorar el perdón de los dioses

pag. 141-142

Viaje a la Sostenibilidad

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